Cómo hacer la maleta de la vida

Hacer la maleta es una analogía perfecta con la vida.

Cada vez que preparas la maleta ¿no te paras a pensar que es muy muy complicado conseguir que quede perfecta?

Okei, pues probablemente dependa de dos cosas: Una, la cantidad de cosas que pretendas meter en la maleta y la otra, cómo no, el tamaño de esta. Y sí, es una analogía maravillosa con la mayoría de cosas en esta vida. Ya os hacéis una idea.

En muchos aspectos surjen este tipo de problema cuando nos enfrentamos a un concepto “tamaño de maleta” frente a otro “cantidad de cosas” y necesitamos que encajen. Cuando las maletas son grandes o solo tenemos unas pocas cosas que guardar no hay problema, todo bien. Y encima nos vamos con la sensación de que somos unos genios sin darnos cuenta de que en realidad la combinatoria entre estos dos conceptos ha sido perfecta.

Peeero, en el momento que nuestras demandas de espacio crecen o nuestra maleta disminuye de tamaño surge el problema. Nuestras necesidades son más grandes que el espacio que tenemos para guardarlas. Okei jugamos a las analogías.

Si metes la toalla de playa no te cabe el pantalón de chándal, o dicho de manera más crítica, si pago la factura del agua no me llega para comprar libros a mis hijos. Si pago este viaje me quedo sin pagar el alquiler. Vamos, que ha quedado claro. Cuanto más pequeña es la maleta, más difícil se torna el proceso de la toma de decisiones. Fácil, verdad?

Como la vida misma

Eldar Shafir de Princeton y Sendhil Mullainathan de la Universidad de Harvard utilizan esta misma metáfora de hacer la maleta para explicar por qué circunstancias de la vida como la pobreza o el sobrepeso parecen perpetuarse en el tiempo. Mantienen que la existencia misma de la escasez de un recurso, ya sea dinero, tiempo o calorías permitidas, impide la toma de decisiones racionales. Se debe, según dicen a la tensión de la gestión de la complejidad del problema del embalaje, que utiliza algunos de nuestros recursos cognitivos, como la atención y el interés propio, necesarios para la óptima toma de decisiones.

En otras palabras, el estrés de no tener suficiente dinero para asumir mis requerimientos financieros puede afectar a mi capacidad de tomar una decisión que ciertamente podría aliviar la situación. Este pensamiento es algo importante ya que supone una alternativa a las teorías existentes sobre el comportamiento delos más desfavorecidos económicamente. Por una parte las personas que viven en la pobreza están tomando decisiones acertadas dadas las circunstancias en las que se encuentran y otra que su conducta se basa en la algún tipo de “cultura de la pobreza” basada en valores desviados. Podría ser  a pesar de las mejores intenciones, la complejidad de la decisión agote nuestra acción ya limitada de recursos cognitivos y el esfuerzo mental necesario para elegir la opción más lucrativa acabe por superarnos.

Es decir, que acaben metiendo en la maleta un pantalón de invierno en pleno agosto.

El aumento de la complejidad asociada a la escasez agota nuestra atención  y a su vez afecta a nuestra capacidad de tomar decisiones y elegir las opciones según nuestro propio interés. Y así comenzar a formar la base de esta toma de decisiones sub-óptima. Una vez que el comportamiento se convierte en habitual, se hace más difícil de cambiar. Está claro que esto es una pendiente resbaladiza.

El concepto de “no me cabe todo en la maleta” tiene muchas acepciones y no depende de comprar maletas más grandes.
¿Cabría la posibilidad de crear asesores financieros más accesibles a las personas con menos recursos, lamentablemente tan abundantes hoy en día? Creemos que un apoyo externo podría ser capaz de ayudar a invertir esa rueda con un punto de vista fresco libre de tensiones propias de la pobreza en sí. Ojalá podamos invertir esta situación y conseguir que todo quepa en nuestra maleta de la vida, y asegurarnos de llevar lo imprescindible para ser felices allá donde vayamos. Lo demás es del todo prescindible.

 

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